Cartografía Antigua: Ciudades de América
Planos manuscritos de archivos españoles: Panamá (1716).
Panamá, Juan Herrera y Sotomayor, 1716. Servicio Geográfico del Ejército.
Panamá (1716)

«Plano de la ciudad de Panamá».
Juan Herrera y Sotomayor.
Servicio Geográfico del Ejército
(A ! JIT.4/ C.41 N.o 27)
(330 X 490 mm.).

LA CIUDAD

Poco después de que la expedición de Núñez de Balboa descubriera el mar Pacífico el 13 de septiembre de 1513, Pedrarias Dávila funda la ciudad de Panamá, a orillas de este océano, en una zona tropical bañada de aguas poco profundas.

Panamá, que obtiene su título oficial de ciudad en 1521, se convierte pronto en estación obligada del comercio español emtre uno y otro lado del continente americano. Desde allí se inicia por primera vez en la historia una investigación, ordenada por la Corona y el Consejo de Indias, para la posible unión de los mares Atlántico y Pacífico.

Durante siglo y medio, Panamá es un importante eslabón del circuito de transporte de las mercancías que vienen en la flota del Perú y a través del istmo pasan a Portobelo, para luego, desde La Habana, dirigirse hacia Sevilla.

Con ocasión de todas estas operaciones de intercambio, Panamá se convierte periódicamente en un bullicioso y agitado mercado internacional. Gracias a esta gran actividad comercial, la ciudad prospera, y a mediados del XVI viven en ella más de 8.000 vecinos que construyen sus casas de mampostería y dan origen a importantes edificios con la catedral, los conventos de dominicos, franciscanos y mercedarios, la Casa del Obispo, las Casas Reales y la Casa de los Genoveses.

Pero en 1679 la ciudad es sitiada por el pirata inglés Henry Morgan y en la batalla que se libra estalla el polvorín y el fuego convierte a Panamá en un montón de ruinas.

La nueva ciudad de Panamá, que ya nunca llegaría a tener el esplendor de la antigua, es fundada a pocos kilómetros sobre una pequeña península, al pie del cerro Ancón, el 21 de enero de 1763.

La nueva Panamá, que todavía sigue cumpliendo su función de puerto y mercado en el sistema de rutas de las mercancías que vienen y van a España, no tiene vida propia, depende de los subsidios del Perú y de los impuestos de paso. Crece lentamente según un proyecto de trazado que abarca el territorio peninsular cerrado por un perímetro amurallado que convierte a la ciudad en una isla marcada por su carácter eminentemente defensivo.

El trazado interior de la muralla está organizado sobre dos ejes perpendiculares que se cruzan en el centro del territorio disponible para formar una plaza. Esta plaza, de forma cuadrada rodeada de soportales, de la que salen tres calles paralelas por cada uno de sus costados septentrional y meridional, es el núcleo generador de la trama. Calles rectas y perpendiculares forman un entramado de manzanas de diferentes tamaños que no es precisamente una «cuadrícula» y que tiene poco desarrollo debido al reducido tamaño del territorio peninsular. Al otro lado de la muralla crece un barrio habitado sobre todo por negros y mulatos, el arrabal de Santa Ana, que, apoyándose en el camino principal, carece de una estructura regular y se prolonga hacia el noroeste, casi paralelo a la costa.

El plano de 1716 levantado por Juan Herrera y Sotomayor refleja claramente esta situación urbana: una ciudad dividida en dos partes. Una ciudad que sufre los ataques de los piratas, tiene que sofocar varios intentos de sublevación de los esclavos y soportar varios incendios como el de 1737, que destruye dos tercios de las construcciones existentes. Si a estas circunstancias se añade la supresión de la Audiencia de Panamá en 1740 para pasar a depender de Nueva Granada y la suspensión en 1746 de la ruta Sevilla-Portobello-Panamá-Perú, el panorama para Panamá se convierte en desolador. Al final del XVIII no hay más de 7.000 habitantes, que habitan una población llena de solares vacíos, de edificios semiderruidos por el fuego y por el abandono, sin apenas actividad y con una vida urbana que languidece en el trópico.

EL PLANO

El plano de Herrera y Sotomayor tiene una serie de características de rotulación, enmarcado, tratamiento gráfico, código de colores, sencillez y claridad del dibujo, que reflejan bien a las claras su origen típicamente militar.

A la novedad de estar norteado se añade la sencillez de su tratamiento, que no impide la existencia de múltiples detalles ni la precisión del levantamiento topográfico.

Con un color rojo escarlata aparecen, como es habitual, los edificios más notables. La catedral en la fachada occidental de la plaza, que no llegaría a terminarse hasta la segunda mitad del XVIII; el convento de monjas de la Concepción, los jesuitas, Santo Domingo, San Francisco y San Juan de Dios dentro de la muralla y la parroquia de Santa Ana en el arrabal. No aparecen reflejadas, sin embargo, ni las Casas del Cabildo, ni la residencia del Gobernador, ni las Casas Reales, así como tampoco ninguna de las instalaciones portuarias.

El plano, delineado por un tal Figueroa, dispone de una escala gráfica en una unidad poco habitual: pies del Rhin, y la descripción del territorio del entorno está dibujada con tinta negra, a la que se añaden pequeñas pinceladas de color.

El mar es sólo una ligera aguada pardo-verdosa, que, partiendo del borde de la costa, se diluye en el resto del papel.

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